Al visitar nuestra web te informamos que utilizamos cookies y/o tecnologías similares que permiten el funcionamiento y la prestación de los servicios, y almacenan y recuperan información cuando navegas. En la Política de Privacidad y Cookies podrás obtener toda la información sobre las cookies que utilizamos en nuestra web y a continuación puedes activar o desactivar cada categoría según tus preferencias salvo aquellas que son estrictamente necesarias para el funcionamiento de la web. Ten en cuenta que es posible que el bloqueo de algunos tipos de cookies provoque un funcionamiento incorrecto del sitio web. Cuando finalices, solamente tienes que seleccionar el botón "Guardar cambios" y se guardará tu selección de cookies. Para más información puedes visitar nuestra política de cookies y nuestra política de privacidad
Gaby Coarasa, la gran señora de la gastronomía aragonesa moderna
En medio del pesar, un caudal de admiración se apoderó de la comunicación interna de la Academia Aragonesa de Gastronomía. Había fallecido Gaby Coarasa la noche del 19 de septiembre de 2024.
La memoria ofrece al ser humano la gran oportunidad de dimensionar cada acontecer en nuestro entorno. Y la edad es una aliada a la par inevitable y perfecta para entender el mundo en lo jubiloso y en la tristeza. Y para hacer justicia en el sentido que proclamaba Concepción Arenal para complementar a la generosidad.
Muchos de los académicos recordaban a esa gran señora que en 2002 se plantó en Zaragoza ante todos ellos para recibir, con esa distinción sabia que le caracterizaba, el premio a Mejor Restaurante de Aragón a su Casa Blasquico de Hecho. Se encontraba en el ocaso de su carrera, con esa mirada limpia de quien ha transitado por tantos avatares, que holló el Pirineo para aprender de los mejores, que convirtió la obligación de asumir el negocio familiar en la más afortunada de sus determinaciones. Porque Gaby, que no dejó nunca de ser maestra, entendió que también en los fogones podía dictar lecciones de humanidad.
A la hora de dimensionar, hemos de proclamar solemnemente que la cocina oscense -comprendida como provincia que es la circunscripción territorial cierta- no podría entender su vigorosa progresión en los años setenta, ochenta y noventa sin la figura de Gabriela Coarasa. En un mundo de chefs varones, su enhiesta figura desprendía firmeza de jefa, fluidez en los matices, sutileza en el trato y esa empatía de concebir qué va a gustar a los clientes.
Gaby era, en una sola corporeidad, la cocina altoaragonesa, capaz de inspirarse en los mejores chefs franceses con los que se formó, como Michel Gerard, de asumir las influencias de gastronomías de gran personalidad como la catalana, la navarra y la vasca, y de extraer a golpe de observación y creatividad lo mejor que nos ofrece la tierra, las aguas y el aire.
Accedió al negocio familiar por obligación, mientras culminaba sus estudios de Magisterio. Se resistió con uñas y dientes y cruzó el umbral de las aulas de Yebra de Basa, Badaguás y Urdués. La llamada de la responsabilidad, tras la desaparición de su madre, le devolvió, hija pródiga, al redil de sus raíces. Aprendió de su tía Guadalupe y de la humildad de entender que la buena, realmente, era su hermana Fina.
Poco a poco, los clientes de la serrería de Hecho fueron creciendo y extendiéndose. Empezaba a ser común el comentario elogioso de sus verduras rellenas, de sus crêpes de hongos, de su civet, de sus boliches de Embún, de sus ternascos deshuesados, de esas ostras que de cuando en cuando amerizaban por su cocina. Era su refectorio un canto a los aromas, sabores y colores del Pirineo. Un pequeño museo que, en las habitaciones superiores, cada una distinta, se erigía en un universo de vida propia con todo lujo de detalles en las criaturas que bailaban al son de Pirene.
En las conversaciones urbanas, surgía siempre en aquellos prodigiosos ochenta la admiración por esa señora de Hecho cuya personalidad era tan deslumbrante como discreta. Le admiraban los hermanos Acín y Mariano Navas, y luego Fernando Abadía, y por supuesto esa pareja imparable que eran Ángel Más y José Antonio Pérez. Mujer y jefa de cocina. Años de la Transición. Inaudito. E inédito.
Su reputación se proyectaba hacia el exterior, Elena Santonja se la llevó a Con las Manos en la Masa, cuya cortinilla musical era nada menos que de Joaquín Sabina y Vainica Doble. Allí deslumbró con sus verduras rellenas y su pierna deshuesada de Ternasco. Todavía no había llegado la Denominación de Origen.
En su sangre, estaba el magisterio. Se involucró de hoz y coz en la incipiente Asociación de Hostelería y, con la Diputación Provincial, inició un programa de talleres de cocina en decenas y decenas de pueblos. Allí donde llegaba, dejaba su estela. Tradición y modernidad, modestia y sabiduría.
Si en vez de Miss Universo se organizara el Miss Anfitriona, Gaby habría tenido siempre el entorchado mundial. Sus palabras abrazaban, su amabilidad era arte tenue y elegante. Le gustaba enseñar, y en cada conversación aprendíamos. Concebía la gastronomía como una parte imprescindible de la cultura.
Apenas dedicaba más allá de un “muy bien” a la aparición en guías como Gourmetour, que le otorgaba la mejor puntuación de los restaurantes del Pirineo. Por supuesto, con su educación exquisita recogía los galardones: diploma al Mérito Turístico en 1984, la Medalla al Mérito Profesional de la misma DGA siete años después, el accésit al Premio al Mejor Restaurante de Alimentos de España del Ministerio de Agricultura, la Placa al Mérito Turístico de Aragón, el Plato de Oro de Radio Turismo, la Sabina de Oro de la asociación de mujeres aragonesas, el Mejor Restaurante de Aragón de la Academia Aragonesa de Gastronomía en 2002 y el galardón de los premios de la Cámara de Comercio e Industria de la provincia de Huesca en 2001. Siempre se preguntaba si realmente los merecía.
Gaby supo dar el testigo. Estaba orgulloso de la ejecutoria de la gastronomía de Huesca y de Aragón. Con 71 años, el destino de los Talleres de la Asociación de Hostelería y Turismo le concedió la oportunidad de compartir el aula de la Escuela San Lorenzo y los fogones de Las Torres con David Fernández Piracés, 25 añitos el ejeano. Entre el desinterés de Gaby por el protagonismo y la timidez de la joven promesa, este escribano que hacía las labores de conductor del acto sudó tinta china. El tercero en aquella ceremonia era Fernando Abadía, que también era más de hacer que de decir.
Uno de sus orgullos fue encontrar el relevo en su sobrino José Félix. Se había formado académicamente para la cocina Pepo, y su tía no se dejó ni un ápice de su oficio para entregárselo a su sucesor, que desde hace años denomina al origen de todo Restaurante Gaby. Otra vez Concepción Arenal, otra vez la generosidad, en definitiva, la justicia.
Asaltada por la crueldad de las patologías degenerativas, Gaby se retiró a Madrid con su hermana Fina. Desde entonces ha vivido veranos turolenses. Pero sus sueños siempre han estado en Casa Blasquico. Allí ha invitado a cualesquiera fueran sus interlocutores. Hasta el último aliento, hasta su día postrero. En el fondo, ahora que yace en sus dominios chesos, su espíritu sigue susurrando sugerencias de manjares y de licores de los dioses, con esa sonrisa franca y esa palabra justa y hermosa. Maestra de los fogones, maestra del arte de la vida.
Javier García Antón
Académico
Academia de Gastronomía de Aragón